
¿Qué ves cuando me ves?
Se imponen, lo abarcan todo, llenan los ojos. Los colores de Purmamarca, atrapados en la roca, parecen danzar en su quietud.
A 65 kilómetros de la capital jujeña, entre ríos y quebradas, late un pueblito de quince manzanas, con casas de adobe y calles que corren hasta abrazar el Cerro de los Siete Colores. Hay que perderse en esas calles para entender que el silencio deja oir voces de otros tiempos, voces ancestrales, voces prehispánicas que rondan la iglesia y el cementerio.
Este pueblo de la tierra virgen (significado de Purmamarca en aimara) nació en 1594 y con el tiempo irá rodenado una iglesia bella por su simplicidad, con muros de adobe y techo de cardón y torta de barro. Construida en 1648, la iglesia ve multiplicar las voces cuando el 30 de agosto el pueblo conmemora a santa Rosa de Lima, su patrona. La pueblan entonces los sonidos de SIKUS, erques y bombos. La visten, esos días, no solo sus pinturas cusqueñas del siglo XVIII, sino un festín de faldas de colores y rostros de celebración.
Estas fiestas aprendidas del colonizador español conviven con tradiciones heredadas de la tribu omaguaca. El ritual de la Pachamama, los carnavales y el culto a los muertos (celebrado en el cementerio) destierran la ajenidad, convocan a la fuerza de la tierra, invitan a los fantasmas de los que fueron despojados y brindan por la esperanza de los que aún perduran.
Rojos, marrones, ocres, terracotas, púrpuras. Los colores de Purmamarca desatan el sortilegio de ver, en íntima convivencia, el pasado y el presente. Habitan en las rocas, en los puestos de artesanías, en las vestimentas de sus habitantes.
Una presencia milenaria.
Cuenta una leyenda inca que la Pachamama, enojada por el olvido y la desidia de los hombres, secó los ríos y las lagunas y entonces la tierra se endureció. Urpila, una mujer desesperada por el hambre de sus hijos, prometió frente al altar de la diosa, enmienda y sacrificio. Débil y cansada quedó dormida y Pachamama, conmovida, le dijo en sueños que al despertar abrirá los brazos y recibirá las vainas de un árbol del que comerán sus hijos, y esas vainas calmarán el hambre y apagarán la sed de los hijos de sus hijos. Ese árbol era el algarrobo, que en tiempos de grandes sequías es el único alimento de los animales.
Cerca de la iglesia, inmutable y casi eterno, el Algarrobo Histórico testimonia la fuerza de la leyenda. tiene mil años y lo vio todo: vio a Viltipoco, jefe indígena, recibir con un vaso de chicha al primer evangelizador español; asistió a la asamblea de caciques y a la decisión de luchar contra los españoles; tembló su follaje cuando grupos armados al mando de Francisco de Algañaraz y Murquía apresaron a Viltipoco; brindó cobijo a las tropas de Belgrano.
En el año 2000, acaso como un símbolo, perdió varias de sus ramas. El excesivo tránsito vehicular, relacionado con el incremento del turismo, lo puso en riesgo de secarse.
Hoy la calle en la que está es peatonal y el algarrobo sigue en pie, como prometió Pachamama.
En busca del tiempo sagrado
El andar de los pobladores tiene la lentitud de quien anda la vida, no la corre. Y si se aprende a exorcizar las urgencias, el tiempo avanza más lento en Purmamarca. Y permite transitar mansamente los cerros. El de los siete colores, por ejemplo, un arco iris geológico con capas y capas de origen sedimentario.
El Paseo de los Colorados, a tres kilómetros del pueblo, se puede realizar en auto o, si se absorbió el tiempo sagrado, a pie. Son cuarenta minutos de comunión con la naturaleza, entre cerros arcillosos del color de Purmamarca, caminando la historia, escuchando esas voces de ayer que nos cuentan de un pasado que vive en el presente, voces que hablan desde el silencio, en un tiempo que es otro tiempo.
Opinión:
Un delicado equilibrio
Primero llegaron los incas, luego los españoles. Más tarde, turistas de todo el mundo, convocados por los atractivos de este lugar, nombrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Hoy en día, alentados por el turismo, hoteles de cuatro y cinco estrellas conviven con las calles de barro y las casas de adobe. Maravilloso equilibrio pero que abre algunos interrogantes.
En un lugar donde el agua tiene un valor de supervivencia ¿Cómo inciden en la utilización de ese recurso las piscinas que los hoteles están construyendo? En un punto geográfico que cuenta con 415 habitantes censados(,) ¿qué ocurre con su infraestructura cuando se duplica esa cantidad en un día?
Sí, el futuro llegó hace rato. Y el Algarrobo Histórico todavía tiene mucho que ver y más voces extrañas que escuchar. Bienvenidos los hombres de buena voluntad que quieren caminar estas tierras. Pero antes de correr desesperados hacia lo que vendrá, hay que tomar conciencia sobre el delicado equilibrio que implica unir el pasado y el futuro. Para que el algarrobo viviera, hubo que acompañarlo en su resistencia. Construir puentes, sin destruir caminos, es el desafío.
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